Lamentablemente, los efectos de Coronavirus se extienden con una sibilinidad, rapidez y voracidad aún insospechados e incalculables.
Y los humanos, al menos algunos, vuelven a mostrar sus verdaderos interiores, fríos, irracionales, impregnados de falta de sentido común, confundiendo o haciendo uso fariseo del amor filial o el interés de los hijos y sus verdaderos derechos.
Ninguna discusión debe de tener que nos encontramos ante una enfermedad desconocida, traicionera y grave y que NINGÚN PROGENITOR puede o debe de hacer uso o desuso de ella, para perjudicar al otro ni a los menores de unos derechos que se adoptaron y decidieron, eso sí, sin, ni tan siquiera imaginar esta terrible enfermedad, su contagiosidad, efectos y consejos médicos que a diario nos ofrecen y nos ilustran, al menos relativamente.
El mayor derecho de los hijos y la mayor obligación de los padres es que los mismos eviten el más mínimo peligro o riesgo y esa decisión corresponde, no a los Jueces de Familia, no a los abogados, si no a ellos, a los padres haciendo uso generoso de la razón y el corazón, de sus circunstancias laborales y personales conectándolas a la custodia, visitas, estancias y consejos médicos …
Porque la suspensión de las visitas o renuncia en beneficio de la seguridad de los hijos encierra más justicia humana y jurídica que cualquier resolución judicial y porque tu generosidad debe encontrar otra generosidad, que te permita recuperar, en todo o en parte esos días “de imposible por irracional” cumplimiento. Y eso solo pueden entenderlo los que han sido padres o madres, pues la opinión de quienes se limitan a ser espectadores jurídicos ninguna validez tiene.
No son días para hablar de derechos si estos ponen en peligro a un hijo, porque hay medios (Skype, video llamada), que pueden mitigar la visita, mirando la cara de tu hijo/a, hablando con él o ella, dándole sonrisas, ánimos y fuerzas porque esta crisis, indudablemente pasará y será vencida, y la lucha nos obliga a asegurarnos de que vendrán otros días, en los que no nos arrepentiremos de haber sido más que justos y generosos, desde la lógica, que radicales hasta lo absurdo.
Discrepo, y no puedo ni quiero callarme del criterio que sostiene en este punto la AEAFA, ni Sentencias, ni Autos de Ejecución y mucho menos haciendo uso del art. 158 Civil, pues en el mismo se dice con toda claridad: “ En general, las demás disposiciones que considere oportunas, a fin de apartar al menor de un peligro o de evitarle perjuicios ”.
Pensemos en ello, sólo nos llevará un minuto. Es cuestión de paz interior.
Escribía Antonio Gala que “a las personas no las mata la desesperación, sino la desesperanza”. La falta de un rayo de luz que, de manera mínima, les diga que están vivos, que ese pequeño rayo se convertirá en un arco iris que le hará desear abrir los ojos, y poder cerrarlos sin que los envuelvan fantasmas ni miedos.
No vale huir, ni desviar la mirada. Tenemos que sentarnos, que mirarnos con un lento recorrido por nuestro interior, respirar hondo y mantener un sosegado soliloquio que nos vaya trayendo la paz, porque esta se encuentra mucho más cerca de lo que imaginamos. Ningún problema es eterno ni invencible, nuestra actitud es inmensamente poderosa y puede convertir la mayor montaña en una playa de fina arena.
Hay momentos, no lo dudéis, que es esencial dejar escapar alguna lágrima, abrir nuestra garganta y lanzar un baladro al más lejano horizonte donde residen los silencios y a nadie inquietan.
Somos vida, la tenemos de manera hiperbólica en cada uno de nuestros poros, agazapada esperando una llamada. Nadie puede inocularnos su desesperanza porque están impregnados de vacía vanidad, de metas a las que nunca aspiraron y pretenden desfigurar su fracaso convirtiéndolo en un envilecido resentimiento,
No olvides nunca, no olvides, que siempre tienes al alcance de tu mano otra mano tierna, placentera y acogedora que necesita la tuya y, abrazadas ambas, compartirán un verde horizonte, donde podremos descansar y esbozar desde el alma una sonrisa antes de acurrucarnos junto a las mariposas.
La esperanza es lo último que se pierde.
Este verano vuelvo a mi despacho verdaderamente feliz y optimista, porque he descubierto que las crisis matrimoniales pueden superarse y volverse imperceptibles, volviendo obsoleta e innecesaria la ley del divorcio, los convenios reguladores , las custodias compartidas ….
¡Como hemos sido tan despistados e ignorantes!. La inconcebible y maravillosa herramienta, la varita mágica que atesora la salvación está entre TODOS nosotros …. EL MÓVIL.
Entre otros muchos defectos que me impregnan, poseo el de observar a quienes me rodean y esta manía me ha llevado a concluir que el móvil es la panacea para muchos matrimonios.
Los desayunos en el hotel se han vuelto reposados y silenciosos, la paz y el sosiego envolvían todas las mesas, las de parejas de recién casados, las más grandes, con varios niños de diferentes edades e incluso las de quienes celebraban las bodas oro.
Taza de oloroso café, móvil entre las manos, mirada profunda e inamovible sobre la pantalla, mantequilla, tostada que se enfria … ni una discusión, todo perfecto, nadie se habla, nadie discute. Amor, verano, móvil ….. paz.
Arena, playa, tumbona y móvil … WhatsApp, YouTube, caras con sonrisas de los chistes que nos envían y reenviamos. Nos levantamos y marchamos al chiringuito sin dejar de mirar la pantalla, cerveza y espeto que se enfría olvidado mientras, según nuestra edad y habilidad ( digiti manus) nos permite, vuelan los dedos de ambas o de solo una, al ritmo de la arteriosclerosis.
No podemos negar, que las parejas comparten pocos diálogos, pero también, que comparten pocas discusiones, que abren su mundo social a través de Instagram, Facebook, Twitter, etc., evitando intercambiar opiniones, que en caso de ser discrepantes pueden dar origen a una crisis matrimonial.
Y el milagro del móvil, prácticamente no tiene fronteras. Ya no es necesario acompañar a tu mujer a que se compre ropa durante horas y nos lleven pegaditos a ellas, aunque sea ignorándonos. Pueden comprar, y lo que es más importante descambiar todo lo que quieran, y las veces que les apetezca, liberando al cónyuge de tan pesada carga. Pueden y deben, hacer uso del Facetime para hablar y ver a la familia (de ella), liberándonos de desplazamientos indeseables para hacerla en vivo y en directo, de ponernos traje y corbata, permitiéndonos estar en pijama, junto a nuestro maravilloso cónyuge y su indescriptible familia, allá en la pantalla.
Siempre he pensado que, antes de emitir un juicio de valor, hay que analizar todos los pros y contras, hay que contar hasta tres y adoptar una actitud positiva. Pero si a pesar de todo su matrimonio se va a pique, no le mande ningún WhatsApp diciéndole que no la ama, coja su teléfono, use la tecla de bloqueo y visite al letrado de su elección.
Posiblemente, antes de que nos demos cuenta, tramitará todo a través de la red social que esté de moda en ese momento.
De nada.
Hoy he vuelto a encontrarme.
He tenido que franquear y sobrevivir a una lucha íntima y brutal llena de noches y amaneceres , a silencios eternos y a aullidos ensordecedores de mi alma que se negaba a rendirse, a entender y a tirar la toalla.
Recordé aquella frase de Pablo Neruda que decía: “ algún día, en cualquier parte en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, solo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tu existencia ”
Me embriagué de ella, la leía una vez y cerraba los ojos, volvía a leerla y los dejaba abiertos para que entrara la luz, la paz, cualquier aliento y fuerza que tanto necesitaba.
Era una Sentencia irracional e injusta en lo jurídico y en lo humano. Una Sentencia fecundada de ignorancia, retoñada con mezquina pereza, y repudiada tras su alumbramiento.
No era la rabia ni el dolor, quien que me gritaba ¡ tira la toalla ¡, era cansancio, ese que aparece cuando te has dejado la vida luchando por algo legítimo, algo lleno de sentido común, de aplastante lógica y equidad.
Necesitaba seguir vivo y tirar la toalla, pero sabía que si lo hacía jamás sería feliz conmigo mismo, “no merece la pena” me brotaba mil veces de manera constante y permanente. Darme por vencido era dar por vencido a mi defendido, era abandonarlo, cuando más apoyo y ánimo necesitaba, cuando quién confió en ti, precisaba que cogieras la toalla para secarte el sudor, para ocultar las lágrimas, y no para tirarla en un momento de cobardía.
Respiré profundamente y saboreé lentamente un sorbo de agua. Encendí el ordenador, sonreí …. y comencé a teclear. Continuaba la batalla.
Cuesta dar el paso adelante, pero ya en pie, comienzas a notar ese cosquilleo que te impulsa a seguir tecleando y sacar a la luz algunas de las sombras que vives con frecuencia y siguen desintegrando la lógica y el sentido común.
Marzo y primavera emergen con toda su energía y abrazándose consiguen que, la antes callada naturaleza, explosione en un voluptuoso arco iris. Pero no todo es bucólico porque en el nombrado mes, se inicia el procedimiento de admisión y cambio en centros públicos y privados …
No cabe duda que la elección del centro escolar conlleva en lo sustancial una indudable dificultad, pero si añadimos matices objetivos y subjetivos, podemos afirmar que podemos llegar a encontrarnos en un laberinto tan complejo como irracional.
He visto a niños matriculados en dos centros diferentes, en niños sin matricular en ningún centro. En argumentos razonables y razonados de manera sólida y también con silogismos absurdos, egoístas e insostenibles para intentar hacer valer la estulticia.
La elección del centro escolar es tan compleja como su repercusión en el futuro de nuestro hij@. No es cuestión sólo de distancia entre domicilios, de prestigio, de coste, de tipo de enseñanza … es un espinoso entramado de muchas e importantes cuestiones, y la mas esencial también de las circunstancias, carácter, personalidad de nuestro hijo.
Es incontestablemente una cuestión supeditada a la patria potestad, pero a una ejercida de manera responsable y presidida por el interés del menor, y no por el capricho, la discordia y el “yo decido, o yo gano y tu pierdes”.
La elección o el cambio del colegio de los niños merece que los padres, y más aun si se encuentran divorciados, sepan dialogar, escuchar los argumentos y las razones del otro progenitor, estamos hablando de la formación integral que van a recibir, de sus amigos y de las relaciones sociales que impregnaran su futuro.
Hay que hacer uso de la patria potestad por y para el bien de los hijos, intentando tener la paz interior para llegar a una solución amistosa, porque a veces, los errores son tristemente de difícil o imposible rectificación.